Hostias

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El pasado sábado se conocía la noticia de que en una Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de Pamplona, gobernado por Bildu, se mostraba, bajo el título “Amén”, una galería de imágenes en la que se detallaba gráficamente cómo se había formado en el suelo la palabra PEDERASTIA con 248 formas consagradas. El autor de la “composición” explicaba durante la presentación de la muestra que había conseguido su “material de trabajo” tras acudir a 248 Misas en Madrid y en Pamplona y acercarse a comulgar para guardarse todas y cada una de ellas sin ser visto.

Más allá del hecho de que esta situación debería hacernos pensar seriamente sobre la forma en que comulgamos los católicos, especialmente a los Sacerdotes y seglares que tienen encomendado el ministerio de distribuir la comunión, resulta evidente que el Derecho debe actuar en consecuencia y con contundencia. La libertad de expresión (difícilmente calificable de artística en un caso así) no es ilimitada. La libertad de pensamiento, conciencia y religión constituye, sin duda, un límite claro a aquélla. Un ordenamiento jurídico, si pretende ser tal, no puede permitir que se hieran impunemente, de forma consciente y premeditada, los sentimientos religiosos de los creyentes. Un Estado democrático, si de verdad quiere hacer honor a este adjetivo, ha de buscar el respeto de todas las ideas y opiniones, poniendo como límite atentar contra quienes piensan diferente. Es justo lo que ha ocurrido en este caso: se invoca la libertad de expresión, considerándola sagrada, para atacar frontalmente lo que, para muchos, es verdaderamente sagrado; se trivializa el sentido y la realidad de aquello que no sólo representa, sino que es: el Cuerpo de Cristo, su presencia real. ¡Son hostias consagradas!

Confiemos en que este hecho, finalmente resuelto en lo concreto gracias a la intervención de un sacerdote, que ha acudido al lugar y ha retirado las formas por sus propios medios, nos sirva a los creyentes para valorar aún más la Eucaristía y a los no creyentes para sensibilizarse ante el dolor que nos provoca ver cómo Dios mismo es pisoteado.

Grupo Areópago

Yihadismo: ¿Religión?

oración

Por D. Juan Manuel Uceta

Doctor en Teología por la Universidad Gregoriana de Roma. Director del Secretariado de Relaciones Interconfesionales de la Archidiócesis de Toledo

Firma invitada del Grupo Areópago

Al escribir estas líneas ya han transcurrido unos días desde la espantosa noche del 13-Nen París. A través de los medios pudimos vivir prácticamente en directo lo que allí estaba sucediendo. El paso de las horas y de los días han ampliado nuestro conocimiento no sólo de esos hechos horribles, sino también de la más profunda dimensión de ellos, la personal, al llegar hasta nosotros las historias y experiencias de víctimas y supervivientes.

Y es en esa distancia temporal y de la mano de tertulianos y especialistas entrevistados como han ido quedando cada vez más claras las líneas editoriales más o menos concordes que han tratado de forjar un determinado “estado de opinión”.

Me ha llamado poderosamente la atención un detalle: apenas se ha dedicado tiempo a analizar el trasfondo religioso del yihadismo radical y violento —al menos,  yo no he escuchado ni leído nada al respecto—; más aún, se ha tratado de silenciar positivamente dicho trasfondo. Fueron muy significativas las palabras medidas con las que Mariano Rajoy condenaba los atentados y trataba de situar los acontecimientos: “No estamos ante una guerra de religiones, sino ante una lucha entre civilización y barbarie”. De parte de occidente, ciertamente, no se trata de una guerra de religión. Y podemos afirmar esto por la distinción que hacemos entre el ámbito político o social y el ámbito religioso: son distintos, con su “legítima autonomía” — en expresión del Concilio Vaticano II—.

No es así en el caso del Islam. Para un musulmán el Islam lo es todo: lo cultural, lo social, lo político, lo legislativo y, por supuesto, lo que nosotros, occidentales, entendemos por religión. Para poder captar esta clave habría que mirar a los países de mayoría islámica, donde está implantado “el Islam”, es decir, ese todo al que me refería más arriba —y no tanto al “Islam europeo” o el “Islam español”—.

Un musulmán ve occidente desde esta perspectiva: Europa, España, es “el cristianismo”, del mismo modo que lo que ellos han vivido en los países islámicos es “el Islam”. ¿Qué encuentran en ese “cristianismo”? La devaluación, cuando no desaparición, de valores en la que nos vemos inmersos, resultado de la pérdida del sentido de Dios y de la fe en Él. Para ellos —y no les falta razón, en cierto sentido— es una civilización en decadencia, avocada a su desaparición.

Un horizonte así, lejos de invitar al musulmán a la inserción y la asunción de “nuestro estilo de vida”, crea en muchos de ellos —no digo en todos— la repulsa más profunda. Toman de nuestras sociedades algunos de sus logros —por ejemplo, los del ámbito económico y laboral—, pero en el fuero interno se afianzan en su identidad musulmana, esto es, en los valores y principios profundos que les brinda lo religioso islámico y que no encuentran en “el cristianismo” occidental. Considerado así, “la civilización” a la que se refería Mariano Rajoy, es vista, en cierto sentido, como un peligro que amenaza esa identidad.

Esta mirada trasluce también en las amenazas del yihadismo a “la tierra de la cruz” y, más específicamente, al Papa y al Vaticano —como aparece, por ejemplo, en el n. 4 de Dabiq, la revista oficial del ISIS— por lo que éstos últimos tienen de símbolos de esa identificación occidente-cristianismo. En este caso, se añade un punto de referencia más. Es común a los grupos de tendencia radical —no sólo los violentos— la lectura de la Historia en clave de lucha de religiones. Para ellos las Cruzadas, la Reconquista, Lepanto o Viena, el periodo colonial, la caída del Imperio Otomano, las intervenciones militares de EEUU en Afganistán e Irak, por señalaralgunos momentos más significativos, son vistos como otros tantos momentos de la lucha del cristianismo por erradicar el Islam y de humillación de los musulmanes en las victorias “cruzadas”.

No todos los musulmanes son yihadistas, pero los yihadistas son musulmanes” lo que sería lo mismo que decir “no todos los alemanes eran nazis, pero los nazis eran alemanes”. Esta frase, pronunciada estos días por un periodista de fama, centra mucho el asunto tal y como trato de exponer en estas líneas.

Oímos decir a muchos musulmanes que el Islam es una religión de paz y se citan ciertos pasajes del Corán como 2, 256: “No hay coacción en la religión”, o lo que aparece en 5, 32: “prescribimos quequien matara a una persona inocente, fuera como si hubiera matado a toda la Humanidad. Y que quien salvara una vida, fuera como si hubiera salvado las vidas de toda la Humanidad”. Pero junto a estos textos encontramos otros de signo diametralmente opuestos. Sin ir más lejos, en las siguientes aleyas de la cita anterior —5, 33- 34— se lee: “Retribución de quienes hacen la guerra a Dios y a Su Enviado y se dan a corromper en la tierra: serán muertos sin piedad, o crucificados, o amputados de manos y pies opuestos, o desterrados del país. Sufrirán ignominia en la vida de acá y terrible castigo en la otra / Quedan exceptuados quienes se arrepientan antes de caer en vuestras manos”.

Y son citas del Corán también: C 3, 151: “Infundiremos el terror en los corazones de los que no crean”; C 4, 89: “Son creyentes únicamente los que creen en Dios y en Su Enviado, sin abrigar ninguna duda, y combaten por Dios con su hacienda y sus personas”; C 4, 91: “Querrían que, como ellos, no creyerais, para ser iguales que ellos. No hagáis, pues, amigos entre ellos … apoderaos de ellos y matadles donde les encontréis. No aceptéis su amistad ni auxilio”; C 8, 12: “Infundiré el terror en los corazones de quienes no crean. ¡Cortadles el cuello, pegadles en todos los dedos!»”; C 8, 39: “Hallaréis a otros que desean vivir en paz con vosotros y con su propia gente. Siempre que se les invita a la apostasía, caen en ella. Si no se mantienen aparte, si no os ofrecen someterse … apoderaos de ellos y matadles donde deis con ellos. Os hemos dado pleno poder sobre ellos”; C 49, 15: “Combatid contra ellos hasta que dejen de induciros a apostatar y se rinda todo el culto a Dios”; C 46, 32: “Los que no acepten al que llama a Dios (n. b. Mahoma) no podrán escapar en la tierra”; C 47, 4: “Cuando sostengáis, pues, un encuentro con los infieles, descargad los golpes (n. b. de espada) en el cuello hasta someterlos”; C 48, 28- 29: “Él es Quien ha mandado a Su Enviado con la Dirección y con la religión verdadera, para que prevalezca sobre toda otra religión … Muhammad es el Enviado de Dios. Quienes están con él son severos con los infieles”.

¿Cómo se toman estos textos? Hay dos claves en la lectura del Corán por parte de los grupos de tendencia radical entre los que se encuentran algunos de los de mayor influencia en Occidente, como los Hermanos Musulmanes o el Salafismo Saudí. La primera es una lectura literal —no alegórica— de los pasajes. La segunda es la llamada “ley de la abrogación” —ver C 2, 106; 16, 101; 87, 7—, según la cual si hay contenidos contradictorios —en este caso paz/ violencia— ha de seguirse lo último que haya revelado Alah, quedando anulado el contenido de las aleyas primeras que,  aunque permanecen en el Corán, serían frases sin valor. Las citas del tenor antes expuestas se ubican en la última parte de las revelaciones recibidas por Mahoma y prevalecen sobre las demás.

Las siguientes líneas no las formulo desde una actitud de desconfianza hacia la sinceridad de las manifestaciones de musulmanes de bien que hemos podido escuchar estos días, sino como forma de indicar un posible camino de solución. Al formular la condena y rechazo de los atentados habría que plantearse una pregunta: “¿porqué?” O, lo que es lo mismo: “¿qué razones pueden darse a un yihadista para decirle que está equivocado?”.

El Islam se caracteriza por una actitud fideísta: Dios ha mandado y el hombre tiene que obedecer, someterse. Si en esa obediencia es posible integrar la razón, entonces se hará, pero si surgen discrepancias, entonces la razón ha de dejarse a un lado, pues no puede ponerse por encima del mandato de Dios.

Volviendo sobre nuestro tema, si Dios ha mandado “sembrar el terror”, ¿porqué lo que hace un yihadista está mal?; si Dios ha mandado degollar a los que se resistan a la fe ¿porqué lo que se está haciendo en Siria por parte de ISIS no se puede aceptar?…

La respuesta del musulmán que siente verdaderamente la repulsa a la violencia será la de una opción subjetiva, basada en otras aleyas, pero deja al descubierto el problema objetivo de ciertos contenidos del Corán y la necesidad de afrontar —por parte de los musulmanes— la tarea de purificar la religión de aquello que es contrario a su naturaleza, desde una razón que busca la verdad.

Ciertamente, no es la única vía de solución, pero, si no se aborda ésta, a nuestro entender, no habrá metanoia (el “cambio de mente” del que hablaba san Pablo en Rom 12, 2), y simplemente se habrá sofocado esta manifestación concreta de una tendencia religiosa desviada, extrema, pero volverá a surgir, tal vez con más fuerza, alimentada por el sentimiento de humillación y el deseo de venganza de lo que en este momento se está haciendo contra ella.

 

 

La fuerza del amor

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De nuevo miles de personas se han reunido en Madrid para manifestar el rechazo a la violencia machista. Son ya tantas las veces y tantas las personas que convocadas por la empatía han dicho no a la violencia del machismo, del terrorismo, del acoso, de la muerte de los inocentes en el seno materno… Es una necesidad personal y colectiva. Cuando no se vislumbra el cese de la violencia del tipo que sea, es necesario alzar la voz a coro para decir con claridad que estamos ahogados, que necesitamos y suplicamos que se acabe tanto dolor provocado por el violento.

Y los que están al frente de la sociedad para defender sus derechos fundamentales intentan escuchar (en el caso del aborto, no tanto) la voz quebrada y dolorida de los que sienten como suyo el dolor de las víctimas y, por eso, promueven iniciativas legales, teléfonos de ayuda, tribunales con especiales competencias… y, sin embargo, en la profundidad del corazón anida la sangrante sospecha de que dentro de poco volveremos a salir a la calle porque el dique de contención no ha podido con el tsunami de la violencia. ¿Quién podrá frenar la crecida de las aguas caudalosas?

Toda iniciativa es bienvenida, pero hasta ahora las instauradas no se han manifestado totalmente eficaces… Quizá convenga añadir a las que hay una nueva, audaz, quizá surrealista o absurda para algunos… pero ¿y si funciona? Todo atentado contra la vida de los demás nace de la existencia de una violencia fratricida en el corazón del hombre que empuja a aniquilar incluso a lo más amado: un hermano, un hijo, una novia, una esposa… Nada externo puede cambiar ese corazón; puede aminorar su virulencia o frenar por miedo su ira, pero no cambiarlo. Sólo una fuerza interior puede convertir la violencia del corazón en un amor que no mata, sino que da la vida por quien se ama y esa fuerza es Dios. Dios metido en el corazón. No perdemos nada por intentarlo…

 

Grupo Areópago

 

La Fe como bien común

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El principal partido de la oposición acaba de hacer pública su propuesta de reforma de la Constitución Española, bajo el título “Por un nuevo pacto de convivencia”. Sobre la base de la necesidad de implicar a las nuevas generaciones en la definición del pacto y de adecuar el texto a las transformaciones experimentadas por nuestra sociedad desde 1978, en ella se contienen diferentes propuestas sobre temas muy variados: organización territorial del Estado, derechos sociales, calidad democrática o relaciones exteriores. En el epígrafe relativo a derechos y libertades, plantea consolidar el principio de laicidad, incluyendo el sometimiento de los representantes públicos al principio de neutralidad religiosa en sus actuaciones. En declaraciones a los medios, desde distintos ámbitos, se ha concretado esta línea de reforma en la eliminación de la mención en nuestro texto constitucional a la Iglesia Católica, la supresión de la religión en la escuela o la prohibición de símbolos religiosos en los espacios públicos.

A nivel individual, la libertad de pensamiento, conciencia y religión conlleva no sólo el derecho a adoptar las creencias que uno considere más adecuadas, sino también la facultad de manifestarlas públicamente. A nivel colectivo, nuestro modelo de civilización se explica en gran parte por el papel que ha jugado a lo largo de la Historia la religión cristiana. Una sociedad como la española no se entiende sin ese componente religioso –que sigue presente y muy vivo en manifestaciones culturales e ideológicas, pero también en expresiones públicas de la fe–. Prescindir de todo ello es, sencillamente, excluir a una parte relevante de españoles del nuevo pacto de convivencia que se pretende forjar. Y, peor aún, implica dejar de lado una forma de entender el ser humano y el mundo que puede ayudar eficazmente a la resolución de los problemas que se nos plantean como comunidad.

La laicidad no consiste en la reducción de la fe al ámbito de lo privado; implica ser verdaderamente neutral ante la religión, permitiendo que ésta tenga su espacio cuando los individuos así lo quieren, personal y comunitariamente. La separación Iglesia-Estado no se rompe únicamente cuando desde el Estado unas determinadas creencias son colectivizadas por imposición, sino también cuando desde el Estado se excluye toda libertad de manifestar públicamente la fe y de tratar de influir, desde el diálogo y el debate, en la toma de decisiones públicas.

Como señala el Papa Francisco en Lumen Fidei, la fe es luz y, como tal, ilumina la vida en sociedad. Definitivamente, la fe es un bien común.

Grupo Areópago