Ciudadanía no, ¡Personas!

personas

En el lenguaje político (y, cada vez con mayor frecuencia, también en el jurídico) se ha extendido en los últimos años el empleo de la palabra “ciudadanía” para referirse al conjunto de personas que forman parte de la sociedad. Especialmente se hace uso de la misma para referirse a los electores. De este modo, los dirigentes políticos se autoatribuyen el poder de interpretar, como si de un bloque unánime se tratara, el sentido del voto y, peor aún, la voluntad de los votantes.

Así se ha podido apreciar, con enorme claridad, en el debate mantenido entre Pablo Iglesias y Albert Rivera, tras el acuerdo para la formación de la Mesa del Congreso, durante el cual el primero, claramente enojado, afirma que “eso no es lo que quería la gente cuando ha votado” y que “en las próximas elecciones la gente no se va a olvidar de esto”. Al hablar así actúa como intérprete máximo y único de la voluntad de todos los votantes, desprecia la representatividad que implica todo mandato político en un Estado democrático en relación con cada uno de los miembros del Parlamento y excluye el diálogo con las fuerzas políticas que no coincidan con sus planteamientos.

Sólo cada persona sabe las razones de su voto y la finalidad por ella buscada con el mismo. A los elegidos les corresponde gestionar adecuadamente los resultados de las elecciones buscando, en todo, el bien común.

Estamos ante una clara muestra de la despersonalización del ser humano, en este caso en su condición de miembro de una comunidad política. Y, despersonalizado, es fácilmente manipulable como miembro anónimo de la masa. Es la versión 2.0  del despotismo ilustrado, del “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”: dado que la ciudadanía, la gente, las masas no son capaces de saber lo que más les conviene, corresponde a los dirigentes políticos decidir por ellos, sustituyendo su voluntad y su individualidad.

Los ciudadanos, las personas, hemos de ser capaces de reivindicar la singularidad de cada ser humano, que es único e irrepetible, en todas las dimensiones de la vida. También en la política.

 

Grupo Areópago

Todas las criaturas, grandes y pequeñas

laudato si

“Todas las cosas brillantes y hermosas / todas las criaturas, grandes y pequeñas, / todas las cosas sabias y maravillosas / todas las hizo el Señor nuestro Dios”, reza el poema de Cecil Frances Alexander.

Esta concepción de la naturaleza como “creación”, como totalidad conectada donde cada criatura tiene un valor y un significado dentro de un proyecto querido por Dios, ha sido sustituida en la actualidad por una concepción del mundo fragmentaria y aislada que, como nos recuerda el Papa Francisco en su reciente encíclica, desemboca en una grave forma de ignorancia, en una cultura corrompida, en una patología cada vez más extendida que genera una “inequidad planetaria”, un sistema mundial insostenible desde el punto de vista ambiental y social.

La carta encíclica “Laudato si” nos invita a todos y cada uno, creyentes y no creyentes, a reconocer que “todo está conectado”. Que es preciso recuperar la actitud de contemplación ante nuestro mundo, descubrir las verdades y los principios conforme a los cuales debe regirse nuestra relación con los demás y con nuestra casa común.

Todos somos llamados a ponernos ante el espejo y preguntarnos por nuestra coherencia a la hora de reconocer y aplicar los valores que garantizan una verdadera ecología integral y humana. Quizá seamos de los que reciclamos una botella de vidrio, pero abandonamos a nuestros familiares ancianos. O de los que defienden un embrión de águila imperial, pero no un embrión humano. Como afirma el Papa, difícilmente se acogerá a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos e inoportunos, si no protegemos a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades. O tal vez seamos de aquellos que sí defienden el valor del embrión humano, pero maltratan la naturaleza con un consumo desmesurado e irresponsable.

Urge desterrar la lógica de “usar y tirar” que está degradando nuestro ecosistema. Esa lógica que está detrás, de una u otra manera, tanto de la extinción irresponsable de tantas especies y de la sobreexplotación de recursos naturales, como de la compra de órganos a los pobres para comerciar con ellos o de la eliminación de niños porque no responden al deseo de sus padres.

Escuchemos el grito de la creación y actuemos ahora. A favor de favor de todas las criaturas, especialmente de las más pequeñas y frágiles. Está en juego la dignidad del ser humano.

Grupo AREÓPAGO

 

Todos fuimos embriones

embrión

Hace algunos años la Conferencia Episcopal Española promovió una campaña que tuvo como lema el titular de este artículo “Todos fuimos embriones”. Independientemente de los resultados de dicha campaña a nivel mediático o de influencia en la opinión pública, es cierto que, hoy en día, aquéllos a los que se pretendía defender con la referida campaña siguen estando olvidados, siendo en muchos casos eliminados y en otros muchos congelados.

Respecto de la situación creada con la congelación de los embriones sobrantes generados en los procesos de fecundación in Vitro, cada solución que se adopta, cada alternativa que se nos plantea implica multitud de factores a tener en cuenta, algunos de los cuales conllevan graves consecuencias éticas. Sin embargo, lo que habría que buscar en dichas soluciones son aquellas acciones que cumplieran con el principio pro embryo, que buscaran y promovieran el bien del embrión.

La legislación tendría que ser clara a la hora de impedir, incluso a nivel de declaración internacional la creación de embriones sobrantes y la congelación de los mismos, favoreciendo el bien del embrión y no los intereses económicos de los distintos laboratorios o centros de reproducción artificial o los intereses y deseos de la pareja de “producir” embriones “de reserva”.

El embrión por su condición de ser humano, como nos demuestra la biología, merece que se promueva una cultura de responsabilidad de los propios padres en primer lugar y de las clínicas de reproducción artificial en cuanto a la “producción” de sobrantes.

Pero también ha de aparecer con respecto al embrión una postura solidaria, que reconozca verdaderamente su dignidad y repruebe la consideración del embrión como  un “objeto” que se acepta o rechaza en función del interés de padres, centros o laboratorios.

No podemos olvidar que cada embrión que se haya congelado surge de la decisión de “otros” de fecundar artificialmente un óvulo, para dar vida a un nuevo ser humano. Al optar por congelarlo, queda en suspenso su vida; cuando se decide, más tarde, descongelarlo,  o muere o se permite el aprovechamiento de su células para diferentes usos (cosméticos, ensayos, etc), sin ninguna referencia ya siquiera a la primera intención que era dar vida a un nuevo e irrepetible ser humano.

Grupo AREÓPAGO

¿Qué pasaría si la Tierra tuviera derechos?

Tierra

En la primera mitad del siglo pasado se aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos y se hizo sobre una base natural: la libertad de la persona y su dignidad inalienable.

Esa declaración no era resultado de un consenso sino el fruto del reconocimiento de una tradición secular del derecho natural en un texto internacional, de obligado cumplimiento para los estados que decidieran adherirse, de los derechos humanos que toda persona tiene por el hecho de ser persona.

En la actualidad, desde hace algunos años, se está hablando de “nuevos derechos” y, cuando esto se plantea, en realidad se está haciendo referencia a concesiones amparadas en presupuestos subjetivos y conveniencias arbitrarias, en consensos entre países, grupos, instituciones, dependiendo de quienes sean los que aprueben los textos que se pretendan elevar a declaración internacional.

En este contexto, la protección del medio ambiente, la defensa de un desarrollo sostenible, la defensa de la naturaleza, son todos ellos fines buenos en sí mismos. La naturaleza es un bien jurídico protegido, y el dominio del hombre sobre la misma no es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de la vida del prójimo comprendidas las generaciones venideras. No obstante, los animales, las plantas y todo el medio ambiente están naturalmente destinados al bien común de la humanidad pasada, presente y futura, de ahí que sea legítimo servirse de ellos para el alimento y para todo aquello que el hombre necesite.

Sin embargo, influenciados por las corrientes de pensamiento de lo que se conoce como “Ecología profunda” (Deep Ecology), en documentos como la llamada “Carta de la Tierra” (http://www.earthcharterinaction.org)  parece existir un objetivo de eliminar toda diferencia y valor ontológico entre la persona humana y la vida animal, vegetal y mineral. De esta manera valdría lo mismo la existencia de un ser humano, al ser iguales, que la de cualquier planta o animal. Ante esto cabe preguntarse si realmente vale lo mismo un ser racional, capaz de expresar afectos, sentimientos y emociones, que un animal o una planta sin inteligencia; o si llegara a considerarse a la Tierra sujeto de derechos y se atribuyera la aplicación de “sus derechos” a un organismo internacional, qué priorizará dicho organismo el derecho a la vida de todo ser humano o el “derecho a vivir de la Tierra”.

En este sentido el ser humano podría llegar a dejar de ser considerado como el gerente responsable de un medio ambiente que él está llamado a humanizar y a respetar en aras de un adecuado cumplimiento del derecho humano a un medio ambiente sano y, por el contrario, podría pasar a ser considerado como el más temible de los predadores, de tal modo que su población, como toda población de predadores, habría de ser estrictamente controlada, clasificada y planificada teniendo en cuenta las supuestas obligaciones del desarrollo sostenible.

Grupo AREÓPAGO

PERSONAS, NO NOTICIAS

periodico

El terrible accidente aéreo acontecido en los últimos días, en el que han muerto ciento cincuenta personas, ha puesto de manifiesto lo bueno y lo malo de lo que es capaz el ser humano: junto a muestras sinceras de solidaridad y cercanía a los familiares de los fallecidos, ha habido afirmaciones deplorables –principalmente vertidas a través de las redes sociales– alegrándose de lo sucedido dada la procedencia del avión o criticando duramente la decisión de una cadena de televisión de suspender la programación ordinaria para informar del accidente. Es la prueba evidente de lo poco que interesan las personas y de lo difícil que nos resulta salir de nuestro pequeño mundo de egoísmos.

Los medios de comunicación no son inmunes a esta despersonalización de los acontecimientos. Si bien tienen como obligación informar verazmente(más aún ante hechos que, como éste, suscitan el interés general), han de hacerlo teniendo muy presentes todos los intereses en juego y no solo el puramente informativo. El más importantees el que se refiere a los familiares de las víctimas del accidente. Nada puede estar por encima del mismo.

Cámaras persiguiendo a algunos de ellos por el aeropuerto de Barcelona, informaciones sobre la causa del siniestro que llegan antes a todas las televisiones del mundoque a las propias familias o imágenes de los fallecidos reiteradamente difundidas por los medios de comunicación, acompañadas de música melancólica, ponen de manifiesto que importa más la noticia que las personas directamente afectadas por ella. Son una clara muestra de la despersonalización de nuestra sociedad.

El mejor servicio que podemos hacer a quienes están sufriendo por este accidente es el de la oración por los fallecidos, junto con la expresión del deseo de que las autoridades competentes atiendan debidamente a las familias, determinen con rapidez y diligencia lo sucedido y pongan los medios necesarios para evitar que se vuelva a repetir.

 Grupo Areópago