Los títeres…de la ideología de género

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Estos días es  noticia la detención de dos miembros del grupo teatral  Títeres desde Abajo mientras representaban ante  niños la obra  La Bruja y Don Cristóbal. Se les acusa de un  presunto delito de enaltecimiento del terrorismo.

Los políticos –salvo honrosas excepciones- andan discutiendo que si delito, que si libertad de expresión… Y aunque el tema es muy importante, está ocultando otro de importancia no menor.

En la página web de la compañía teatral (https://labrujaydoncristobal.wordpress.com/) puede leerse de la obra:“La caza de brujas y la represión son los temas centrales de nuestro espectáculo. Las mujeres de hoy que deciden vivir libremente son también perseguidas, señaladas o cuestionadas, que a nadie le quepa duda. Destruir el patriarcado, la autoridad, la propiedad privada, es destruir los pilares del sistema y el sistema no permite que quede impune”.

En la obra  se apuñalaba a un policía, se cometía una violación y el asesinato de una embarazada y, además de crucificar a una monja, aparecía un muñeco de guiñol representando a un juez ahorcado…y si  no hubieran sacado  el cartel de Gora Alka-Eta, todo esto no habría tenido ninguna importancia…

Estos titiriteros están siendo instrumentalizados por esta ideología neomarxista,  acientífica e intolerante para imponer el pensamiento único que propugna. Desde las Naciones Unidas se anima a legislar en clave de Ideología de Género.

Influyen en los medios de comunicación, en el cine, la televisión, la educación, el lenguaje, la cultura  y las leyes, buscando la destrucción de la familia, la religión, la sexualidad, la maternidad, la procreación (aborto libre), etc. Su objetivo es la de construcción del hombre y de la sociedad.

Es la principal amenaza de nuestro tiempo, ha entrado sutilmente en nuestras vidas, y nadie reacciona.

Y nosotros somos víctimas de nuestros políticos (salvo excepciones), tanto los que han legislado según esta Ideología, como de los  incapaces de legislar contra ella. El titiritero es la Ideología de género, nuestros políticos son los títeres, y nosotros sus víctimas.

Grupo Areópago

Nueva política

congreso diputados“Queremos hacer  una nueva política”,  “estamos por el cambio”: son los mensajes que suenan con más fuerza en el nuevo escenario político de nuestro país. Una mirada analítica a la historia de las ideas políticas nos confirma  que plantear en política como ideal lo nuevo y lo viejo es una idea caduca, pues lo que importa, o debiera importar, es hacer “buena política”,  asumiendo como referente básico el principio del bien común. Igual sucede con la idea del “cambio”: ¿hacia qué o hacia dónde? No todos los cambios en la vida y en la historia son o han sido realizados desde y para este referente básico.

Y es en este caminar por los senderos de la buena política en donde hay que situar la actividad más importante de nuestros políticos en estos momentos: el pacto o los pactos a los que inevitablemente nos lleva el resultado de las últimas elecciones. Pactar forma parte de la esencia de la política, pero ha de ser el bien común su principio orientador. Cuando los pactos giran alrededor de estrategias de partido, de cálculos electoralistas, de confrontación para eliminar al contrario…, se sitúan más en el marco de la  lucha por el poder que en el de la buena política. Los pactos que demanda el pueblo soberano en estos momentos exigen proyectos consensuados que tiendan a regenerar la democracia y a solucionar los graves problemas sociales que acucian a amplias capas sociales de nuestro país. La percepción que se tiene en este momento es que los pactos se están orientando más en la dirección primera que en la segunda. Se situarán, pues, en la esfera de la nueva política, pero no en la de la buena política.

Hay dimensiones esenciales de la vida  cotidiana de las personas que  constituyen el objetivo principal de la política por lo que su ausencia de los pactos derivaría en clara perversión política, expresión significativa de una crisis profunda de nuestra democracia. El mundo del trabajo, de la familia, de la educación, de la sanidad…, sin obviar por supuesto otros temas relevantes como la territorialidad del Estado, en forma de proyectos, han de ser prioritarios para forjar unos pactos que hoy por hoy  no se vislumbran.

 

Grupo AREÓPAGO

Ciudadanía no, ¡Personas!

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En el lenguaje político (y, cada vez con mayor frecuencia, también en el jurídico) se ha extendido en los últimos años el empleo de la palabra “ciudadanía” para referirse al conjunto de personas que forman parte de la sociedad. Especialmente se hace uso de la misma para referirse a los electores. De este modo, los dirigentes políticos se autoatribuyen el poder de interpretar, como si de un bloque unánime se tratara, el sentido del voto y, peor aún, la voluntad de los votantes.

Así se ha podido apreciar, con enorme claridad, en el debate mantenido entre Pablo Iglesias y Albert Rivera, tras el acuerdo para la formación de la Mesa del Congreso, durante el cual el primero, claramente enojado, afirma que “eso no es lo que quería la gente cuando ha votado” y que “en las próximas elecciones la gente no se va a olvidar de esto”. Al hablar así actúa como intérprete máximo y único de la voluntad de todos los votantes, desprecia la representatividad que implica todo mandato político en un Estado democrático en relación con cada uno de los miembros del Parlamento y excluye el diálogo con las fuerzas políticas que no coincidan con sus planteamientos.

Sólo cada persona sabe las razones de su voto y la finalidad por ella buscada con el mismo. A los elegidos les corresponde gestionar adecuadamente los resultados de las elecciones buscando, en todo, el bien común.

Estamos ante una clara muestra de la despersonalización del ser humano, en este caso en su condición de miembro de una comunidad política. Y, despersonalizado, es fácilmente manipulable como miembro anónimo de la masa. Es la versión 2.0  del despotismo ilustrado, del “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”: dado que la ciudadanía, la gente, las masas no son capaces de saber lo que más les conviene, corresponde a los dirigentes políticos decidir por ellos, sustituyendo su voluntad y su individualidad.

Los ciudadanos, las personas, hemos de ser capaces de reivindicar la singularidad de cada ser humano, que es único e irrepetible, en todas las dimensiones de la vida. También en la política.

 

Grupo Areópago

El estado devorando a sus hijos

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En los próximos días se constituirán las nuevas Cortes Generales, resultado de las elecciones del pasado 20 de diciembre. Todos los grandes partidos en ellas representados son partidarios, aunque con algún matiz, de la actual ley del aborto de 2010. El Tribunal Constitucional aún no se ha manifestado sobre el recurso que los populares presentaron contra la ley socialista. Parece evidente que, salvo milagrosa e impensable sentencia del Constitucional a favor del no nacido, el próximo gobierno, sea del color que sea, mantendrá la política de mirar para otro lado ante los impunes atentados contra la vida de los inocentes no nacidos. Esto no es inocuo. La defensa política y legal del aborto, lejos de ser un avance progresista, mina los fundamentos mismos del Estado y pone en peligro la paz social. ¿Por qué?

El respeto del derecho a la vida en cualquiera de sus fases es la condición que verdaderamente distingue un Estado constitucional democrático de un Estado que no lo es. En un Estado democrático y constitucional la vida ha de ser tutelada, ya que, si no lo fuese, a la larga el Estado no podría cumplir su función de promoción y garantía de la convivencia y paz social. En efecto, es sabido que en el pensamiento moderno se ha buscado una respuesta al problema del fundamento racional del poder soberano del Estado. La dada por Hobbes sostiene que el Estado moderno nace cuando los particulares, para evitar ser «lobos» los unos contra los otros, renuncian al uso de la fuerza para defender su vida y entregan su custodia al Estado, de modo tal que la seguridad de los particulares es enteramente garantizada por aquél a partir de ese momento. Pero si el Estado a quien compete garantizar los derechos fundamentales atenta con sus leyes contra el derecho fundamental a la vida, está minando con ello las bases mismas de su razón de ser. Y, así, se convierte en un Saturno que devora a sus hijos.

Grupo Areópago

 

Populismos

populismos

“La codicia, los sobornos y el fraude devoran a un Estado desde el interior. La corrupción no es un mal moral solo, sino una amenaza práctica que desalienta a la ciudadanía, y en el peor de los casos, la hace presa de la cólera y la incita a la rebelión”. Estas palabras que nos presta Marco Tulio Cicerón  pueden ayudar para hacer una lectura reflexiva desde la historia y desde la ética sobre uno de los fenómenos que en los últimos tiempos se ha instalado en  las ideas y la praxis política de nuestro país: el populismo.

Su aparición y crecimiento rápido coincide y es consecuencia de la grave crisis económica, política e institucional que nos está afectando. El aumento vertiginoso del paro y sus graves secuelas, los desahucios, los recortes en áreas muy importantes del estado de bienestar, unido a los innumerables casos de corrupción política y el deterioro de muchas instituciones han calado de forma traumática y crítica en amplias capas de nuestra sociedad. El movimiento asambleario de los “indignados” –acogido con gran entusiasmo por muchos-, matriz de los numerosos grupos organizados que han surgido después, y los nacionalismos excluyentes, son genuinos representantes de este fenómeno sociopolítico.

Una primera reflexión nos lleva a poner nuestra mirada valorativa sobre el cuestionamiento que realizan de nuestro sistema constitucional abogando por su ruptura. La Historia nos advierte del peligro que supone para nuestra convivencia social y política el derrumbar lo que ha costado tanto construir, movidos por posturas radicales propiciadas por el resentimiento o la emocionalidad irreflexiva, o la deconstrucción sociopolítica de la realidad. “En tiempos de tribulación no hacer mudanza”, nos advierte la sabiduría del santo.

Pero también la razón histórica nos pone en guardia sobre determinados movimientos demagógicos que dicen asumir la defensa del pueblo, pero no admiten el legítimo pluralismo político y de opinión de los que no están de acuerdo con ellos; dicen querer terminar con las castas pero actúan de forma absoluta desde sus mismas élites y se convierten en castas mucho más cerradas; se presentan como representantes de la voluntad popular pero en realidad la utilizan de forma paternalista o sin contar con ella. En ellos es muy frecuente la agresividad en sus manifestaciones y la incitación al odio y el miedo.

Sin duda, otra forma de democracia es posible, pero los populismos no nos marcan la ruta adecuada

 Grupo Areópago

 

Reconducir la democracia

democracia

 

Nuestra joven democracia vive un momento muy delicado. Una grave crisis económica, a pesar de los “brotes verdes” que algunos vislumbran, pero que no llegan para una gran mayoría de la población, y un marco político que genera indignación y desprestigio de nuestros representantes políticos y de los partidos, debido principalmente a los graves casos de corrupción, está produciendo un importante deterioro de nuestro modelo democrático.

En este contexto de desgaste democrático, mirar los males de nuestra realidad política sólo partiendo de una descorazonadora desconfianza en los políticos, sería hacerlo desde una óptica muy simplista En este año eminentemente electoral urge mirar más en profundidad y analizar las causas que propician y desarrollan las “malas políticas” favorecedoras de intereses oscuros.

Un primer e importante campo de revisión deberá considerar la influencia que tienen en esas malas políticas los aspectos formales y estructurales del sistema. Tal es el caso de la democracia interna de los partidos, del sistema electoral vigente, la no separación real de poderes, los graves olvidos de los programas electorales, o los importantes desequilibrios entre los poderes económicos y el poder político, entre otros.

Pero si tan importantes son para la construcción de la democracia estas dimensiones estructurales no levan a la zaga otros factores culturales y sociales sobre los cuales habrá que plantearse una reflexión sincera y una acción comprometida de toda la sociedad.

En palabras de muchos expertos vivimos en una democracia sin demos. Estamos afectados  por una grave crisis de compromiso comunitario, que incluye no solo lo político sino también lo social y laboral. Una gran mayoría de ciudadanos se sienten solo  sujetos de derechos, no de personas que tienen también  responsabilidades y deberes en relación con la comunidad. Una gran apatía participativa recorre todo el panorama social de nuestro país que es reflejo de una falta de valores éticos y políticos de ciudadanos que se sientan miembros de una democracia y por tanto comprometidos con la tarea común.

Otro gran reto para la revisión se nos plantea, pues, en el campo educativo. Sin ciudadanos participativos no hay auténtica democracia. Formar ciudadanos con valores éticos consistentes está íntimamente unido a la educación y en consecuencia con aquellas instituciones que la propician, principalmente la familia y la escuela. Fortalecer estas instituciones es una tarea ineludible para regenerar nuestra democracia.

Situar la política y a los partidos políticos ante estos desafíos es el principal problema para reconducir nuestra joven democracia.

Grupo AREÓPAGO

La fe en el espacio público

fe

El reparto de mayorías tras las últimas elecciones municipales y autonómicas, ha reabierto el debate sobre el lugar que debe ocupar la dimensión religiosa dentro del espacio público.

Observamos perplejos cómo, en muchos casos, las condiciones para alcanzar pactos de gobierno se fundan más sobre la exigencia de relegar de modo absoluto la religión al ámbito privado que en llegar a acuerdos sobre cómo gestionar mejor los servicios que deben prestarse a los ciudadanos.

Por supuesto que siempre debe estar abierto el debate sobre cómo articular las relaciones entre la fe y la política, atendiendo a la verdad y a las circunstancias de cada sociedad. Así, desde la Iglesia habrá que preguntarse si la opción preferencial por los pobres se debe concretar en que el puesto preferente en actos y celebraciones lo ocupen políticos y no pobres. Y también desde la autoridad política deberán revisarse las motivaciones por las que se acude a un acto religioso ejerciendo el poder político, así como las formas de hacerlo.

Pero siempre habrá de tenerse en cuenta que la libertad religiosa no equivale a libertad ideológica o de pensamiento. Tanto la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europa (artículo 10) como la Convención Europea de Derechos Humanos (artículo 9) definen este derecho como “la libertad de manifestar su religión o sus convicciones individual o colectivamente, en público o en privado”.

La fe católica, manifestada en el ámbito público, llevó a políticos como Schuman, de Gaspieri y Adenauer a sentar las bases de la Unión Europea. Una unión que no es mejor ni más humana hoy, cuando se pretende relegar la fe al círculo privado sustituyéndola en el ámbito público por la tecnocracia y el economicismo.

Y es que un creyente no lo es solamente en la esfera privada. La mirada de la fe tiene relevancia en todos los ámbitos de la vida. Como la tienen también la filosofía y la ética. Todas las dimensiones del ser humano son necesarias en el espacio público. Dejar ese ámbito a la autonomía absoluta de la política y la economía conlleva el riesgo de construir un mundo inhumano, una sociedad en contra del hombre.

Grupo AREÓPAGO

Política y demanda social

Cuando Chesterton explica su conversión al catolicismo, resalta un hecho que a él le pareció verdaderamente sorprendente. No era que la Iglesia Católica estuviera en lo cierto cuando él creía tener razón, sino que al repasar su vida, descubría que la Iglesia estaba en lo cierto cuando él, creyendo tener razón, había estado equivocado. Ello le lleva a concluir que “no deseamos una religión que nos dé la razón cuando nosotros estamos en lo cierto, sino una religión que acierte cuando nos hemos equivocado”.

Esta apreciación de Chesterton pone de manifiesto la necesidad de verdad que late en el ser humano. No solo en el campo de la religión, sino también en los demás aspectos de la vida.

Sin embargo, se ha consolidado entre nosotros una determinada forma de hacer política en la que la justificación de la acción no es la búsqueda de la verdad y del bien común, sino lo que se ha dado en llamar “la demanda social”. En muchos casos, observamos cómo los partidos políticos no fundan sus decisiones, o sus cambios de criterio, en la convicción de que defienden la verdad y el bien común, sino que sus valores van cambiando y modificándose para adaptarse a lo que en cada momento se interpreta como aquello que demandan los ciudadanos.

Los programas electorales terminan siendo, por ese motivo, papel mojado. Resulta difícil asegurar lo que hará un partido político cuando alcance el poder solamente leyendo su programa. Y es que siempre existirá la posibilidad de que haga o deje de hacer lo prometido invocando una real o inventada “demanda social”.

La democracia no garantiza la infalibilidad del veredicto emitido por el pueblo en unas elecciones. Lo que garantiza es la posibilidad de que el pueblo rectifique su error si se da cuenta de que votó la opción equivocada. ¿Pero cómo rectificar si los políticos fluctúan en sus valores y convicciones en función de “la demanda social”?

Parafraseando a Chesterton, nos sobran políticos que nos den la razón cuando acertamos y echamos de menos políticos con convicciones profundas, a los cuales poder acudir cuando nos hemos equivocado.

 Grupo AREÓPAGO