Cuando #lomalo vence

periodistas

Hagan un ejercicio práctico. Abran un periódico de edición impresa o digital. Cualquier periódico, y cualquier día. Cuenten las noticias que hay. Presten atención a las noticias que tienen carácter positivo y cuáles negativo. Cuántas reflejan informaciones de hechos que podríamos denominar buenos y cuántas informan de acontecimientos tristes y negativos.  O sintonicen un informativo de televisión o radiofónico, pongan atención a los titulares. Cuántos positivos y cuántos negativos. El resultado será el mismo en los medios escritos que en los audiovisuales. El 90% de la información que recogen los medios de comunicación son historias de acontecimientos negativos. Lo bueno ocupa menos espacio.

Los acontecimientos que hablan de esperanza, de vida o de valores positivos son poco o nada atractivos para las redacciones. Los grandes titulares son para los “malos”, los “buenos” se quedan en las curiosidades, en las páginas finales o en la contraportada o cierre. Lo “bueno” llega a ser hasta curioso. Dentro de un panorama de delitos, corrupción, muertes, tragedias y escándalos que surja una noticia en positivo resulta hasta “especial”. “Lo bueno” nos devuelve en muchos casos la sensibilidad por el otro, y aquello de que no “todo el mundo es malo”.

Los medios de comunicación influyen en nosotros, en nuestras opiniones y hasta en nuestra forma de pensar. Se suele decir que ofrecen lo que nosotros queremos escuchar, leer o ver. La noticia es poder, un poder que saca a la luz lo que interesa y silencia lo que no se quiere dar a conocer. Lo que es noticia existe, y lo que no es, es como si no existiera.

Sólo “lo malo” vende; atrae lo escandaloso; impacta lo más amarillo. Es una excelente fórmula mediática que tiene bastante éxito. Cada día se producen más noticias buenas que malas, lo único es que “lo malo” sobresale y por lo tanto es lo que más se conoce. Y si se conoce, existe.

Los medios de comunicación deberían apostar por ofrecer más historias positivas, que nos enseñen valores y actitudes que sean ejemplo para todos nosotros y que demuestren que el bien se impone al mal, aunque este último gane la batalla mediática. La celebración de San Francisco de Sales, patrono de los periodistas, nos puede dar esperanza para lograr este objetivo.

 

Grupo AREÓPAGO

De Berlín a Kenia

jesuis

Hace unos meses celebrábamos el veinticinco aniversario de la caída del muro de Berlín. Un muro que, ciertamente, no cayó solo, sino que fue derribado. Pero no fue derribado a cañonazos ni como consecuencia de una revolución violenta, sino silenciosamente; no fue derribado desde el odio –y vaya si había motivos para odiar-, sino desde el abrazo a los otros; no fue derribado utilizando los mismos métodos que lo habían levantado, sino desde la fidelidad y respeto a la verdad –no a la mentira–. La vieja Europa se estremecía esos días viendo imágenes de alemanes de los dos lados abrazándose… sin ni siquiera conocerse. Aquellas imágenes expresaban una realidad más grande que las ideologías: que el otro no es un “algo ajeno a mí”, ni siquiera es solo un “alguien anónimo”, sino alguien de quien me preocupo y el cual se preocupa también por mí.

Esto es lo que ha expresado de modo tan elocuente el personalismo comunitario. Para Gabriel Marcel yo no soy realmente yo sino a partir del momento en el que me abro a un . Pero un no consiente ser tratado como un él, como alguien ajeno a mí, sino como alguien del cual me ocupo y el cual se ocupa de mí. Y si el otro deja de ser un para mí, dejo de tratarlo como persona. Y entonces soy yo el que se des-personaliza, dejo de ser, propiamente, yo. Cuando esto sucede en una sociedad, entonces podemos hablar de degradación moral, que supone el cáncer de una civilización.

El modo en el que los medios de comunicación han tratado algunas noticias en los últimos meses nos sirven de ejemplo de esta degradación social: fue noticia el ébola solo cuando su riesgo podía afectar a nuestra tranquilidad. Fueron noticia las protestas para intentar salvar al perro excálibur. Pero ya no lo eran los cientos de muertos por ébola en África durante esos días. Fue noticia el atentado contra Charlie Hebdo, pero parece que el asesinato de 148 estudiantes en Kenia no lo es.

Sencillamente se trata de un interés social que solo parece mostrar sensibilidad a lo que de algún modo pueda intranquilizarme, pero no a lo que afecta al sufrimiento de otros. Esto significa que Occidente lleva tiempo instalado en el nihilismo como ya profetizara Nietzsche. Un nihilismo que surge de la pérdida de consciencia de la presencia de un sin el que, en definitiva, yo dejo de vivir como persona.

PERSONAS, NO NOTICIAS

periodico

El terrible accidente aéreo acontecido en los últimos días, en el que han muerto ciento cincuenta personas, ha puesto de manifiesto lo bueno y lo malo de lo que es capaz el ser humano: junto a muestras sinceras de solidaridad y cercanía a los familiares de los fallecidos, ha habido afirmaciones deplorables –principalmente vertidas a través de las redes sociales– alegrándose de lo sucedido dada la procedencia del avión o criticando duramente la decisión de una cadena de televisión de suspender la programación ordinaria para informar del accidente. Es la prueba evidente de lo poco que interesan las personas y de lo difícil que nos resulta salir de nuestro pequeño mundo de egoísmos.

Los medios de comunicación no son inmunes a esta despersonalización de los acontecimientos. Si bien tienen como obligación informar verazmente(más aún ante hechos que, como éste, suscitan el interés general), han de hacerlo teniendo muy presentes todos los intereses en juego y no solo el puramente informativo. El más importantees el que se refiere a los familiares de las víctimas del accidente. Nada puede estar por encima del mismo.

Cámaras persiguiendo a algunos de ellos por el aeropuerto de Barcelona, informaciones sobre la causa del siniestro que llegan antes a todas las televisiones del mundoque a las propias familias o imágenes de los fallecidos reiteradamente difundidas por los medios de comunicación, acompañadas de música melancólica, ponen de manifiesto que importa más la noticia que las personas directamente afectadas por ella. Son una clara muestra de la despersonalización de nuestra sociedad.

El mejor servicio que podemos hacer a quienes están sufriendo por este accidente es el de la oración por los fallecidos, junto con la expresión del deseo de que las autoridades competentes atiendan debidamente a las familias, determinen con rapidez y diligencia lo sucedido y pongan los medios necesarios para evitar que se vuelva a repetir.

 Grupo Areópago