Nueva política

congreso diputados“Queremos hacer  una nueva política”,  “estamos por el cambio”: son los mensajes que suenan con más fuerza en el nuevo escenario político de nuestro país. Una mirada analítica a la historia de las ideas políticas nos confirma  que plantear en política como ideal lo nuevo y lo viejo es una idea caduca, pues lo que importa, o debiera importar, es hacer “buena política”,  asumiendo como referente básico el principio del bien común. Igual sucede con la idea del “cambio”: ¿hacia qué o hacia dónde? No todos los cambios en la vida y en la historia son o han sido realizados desde y para este referente básico.

Y es en este caminar por los senderos de la buena política en donde hay que situar la actividad más importante de nuestros políticos en estos momentos: el pacto o los pactos a los que inevitablemente nos lleva el resultado de las últimas elecciones. Pactar forma parte de la esencia de la política, pero ha de ser el bien común su principio orientador. Cuando los pactos giran alrededor de estrategias de partido, de cálculos electoralistas, de confrontación para eliminar al contrario…, se sitúan más en el marco de la  lucha por el poder que en el de la buena política. Los pactos que demanda el pueblo soberano en estos momentos exigen proyectos consensuados que tiendan a regenerar la democracia y a solucionar los graves problemas sociales que acucian a amplias capas sociales de nuestro país. La percepción que se tiene en este momento es que los pactos se están orientando más en la dirección primera que en la segunda. Se situarán, pues, en la esfera de la nueva política, pero no en la de la buena política.

Hay dimensiones esenciales de la vida  cotidiana de las personas que  constituyen el objetivo principal de la política por lo que su ausencia de los pactos derivaría en clara perversión política, expresión significativa de una crisis profunda de nuestra democracia. El mundo del trabajo, de la familia, de la educación, de la sanidad…, sin obviar por supuesto otros temas relevantes como la territorialidad del Estado, en forma de proyectos, han de ser prioritarios para forjar unos pactos que hoy por hoy  no se vislumbran.

 

Grupo AREÓPAGO

Hijos tiranos

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Se ha constatado en los últimos años un aumento progresivo de los casos de violencia de hijos adolescentes y  jóvenes hacia sus padres. En 2004 se registraron 5000 denuncias de padres a sus hijos; en 2012, la cifra fue mucho mayor: 9.000 denuncias. Hace unos meses la Unión de Asociaciones Familiares denunció  el «fenómeno creciente» de la violencia filio-parental, al multiplicarse por cuatro las denuncias por esta causa en los últimos cinco años en España.

Cabría preguntarse qué está pasando y cuáles pueden ser las causas de este fenómeno.

La relación de un niño con sus padres va a ser vital para la creación de su propia identidad.  En el establecimiento de esta relación los primeros años de vida van a ser fundamentales. El vínculo que se establece entre madre, padre e hijo determinará su personalidad y cómo se relacionará con el entorno.

Esta relación paterno-filial ha cambiado mucho en los últimos años. El padre/madre autoridad suprema,  que dicta  órdenes y al que su prole les nombra “usted”  ha dejado paso al padre/madre amigo,  más bien colega, que se relaciona con sus hijos como uno más de sus iguales.

Muchos padres y madres  borran diferencias entre ellos y sus hijos pensando que eso crea lazos. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Los hijos probaran todo tipo de artimañas con el fin de obtener lo que creen necesitar de sus padres. El relativismo moral se apoderará de ellos actuando bajo la dictadura del propio yo y sus apetencias.  Los adultos deben asumir el lugar que les corresponden, mostrando desde el amor responsable una posición clara y firme ante sus hijos. Cuando esto no es así, la combinación de este hecho con otros factores, puede provocar la desnaturalización del vínculo, la violencia en manos de los hijos el terror y el desespero en los padres.

Los padres deben saber decir NO. Deben educar a sus hijos en valores. Enseñarles  a diferenciar  lo que está bien de lo que está mal. Optar por el bien y rechazar el mal.  Darles a conocer no sólo sus derechos, también sus deberes.  Ayudarles a llenar su mochila de habilidades sociales para que puedan afrontar  con éxito las dificultades que les plantee la vida: resistencia a la frustración, hacer frente a  la hostilidad, recibir críticas, ponerse en el punto de vista del otro,  formular quejas, pedir ayuda…

Ayudemos a nuestros hijos para que ejerciendo autodominio sean dueños de sí mismos y no sean hijos sometidos a su propia tiranía.

 

 

Grupo Areópago

 

¿Violencia machista?

El pasado 5 de agosto conocíamos la terrible noticia del asesinato en Castelldefels de una mujer y sus dos niños a manos del marido, padre de las criaturas, que terminó suicidándose; el 31 de julio había saltado a la luz otra noticia similar: un hombre divorciado mataba en Moraña (Pontevedra) a sus dos hijas y después intentaba quitarse la vida. La pasada semana se descubrían los cuerpos de dos chicas desaparecidas en Cuenca supuestamente estranguladas por el ex novio de una de ellas. En todos estos casos, los medios de comunicación han presentado los hechos como violencia machista, es decir, como asesinatos producidos como consecuencia de la situación de desigualdad de la mujer y de las relaciones de poder de los hombres sobre las mujeres. Como siempre, la única reacción de los responsables públicos, que es también mayoritaria en las redes sociales, se ha limitado a condenar los asesinatos y a manifestar la importancia de no tolerar ningún tipo de violencia de género. Ninguna reflexión más allá; ninguna medida que vaya a la causa última de esta situación.

Todas estas muertes son consecuencia de la violencia, ciertamente. Violento es aquél que, estando fuera de su estado natural, actúa con fuerza contra otra persona, atentando contra su integridad física. La pregunta que debe formularse es qué lleva a esa persona a actuar de esa manera. La única explicación en todos los casos no puede ser, sencillamente, su actitud de prepotencia respecto de las mujeres. Por tanto, la única medida no puede consistir en plantear esta realidad como un conflicto entre mujeres y hombres.

La clave de todo ello es el amor. Hemos convertido el amor en puro sentimiento en vez de considerarlo opción de vida por una persona. Hemos transformado la relación de pareja en un simple contrato que se rompe cuando una de las partes lo desea, en lugar de considerarla como un consorcio de vida y amor, como una relación basada en la aceptación y en la entrega mutua y recíproca. Hemos renunciado a la concepción de la vida como una oportunidad para servir a los demás, empezando por aquéllos a los que tenemos más cerca, para pasar a considerarla como un medio para servirnos de los demás en función de nuestros propios intereses. Hemos reducido la familia a una cuestión privada sin relevancia pública, olvidando su carácter nuclear para la sociedad.

La lucha contra la violencia en la familia exige el apoyo a la familia, la revalorización del matrimonio, la promoción de la paternidad y de la maternidad. Y, junto con ello, una sociedad en la que lo importante no sean las estadísticas, sino cada persona.

Grupo AREÓPAGO

La injusticia del mal llamado matrimonio igualitario

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El Tribunal Supremo de los Estados Unidos acaba de dictar una sentencia por la que declara la inconstitucionalidad de las leyes de diferentes Estados que prohibían el matrimonio entre personas del mismo sexo y, en consecuencia, legaliza la posibilidad de celebrar en todos ellos matrimonios de gays y lesbianas en igualdad de condiciones que las personas heterosexuales.

Las reacciones de júbilo no se han hecho esperar. Entre otros, el propio Presidente, Barack Obama, ha manifestado en relación a esta cuestión que “cuando todos somos tratados igual, somos más libres”.

Se obvia con ello un principio básico del Derecho –y del sentido común–: no puede tratarse igual lo que, en esencia, es diferente. O, dicho de otra manera, equiparar el matrimonio entre homosexuales al matrimonio entre un hombre y una mujer no es construir la igualdad, sino llevar a cabo una falsa imitación que elude dos grandes diferencias derivadas de la ley natural: la complementariedad física y la capacidad para procrear.

El respeto a la naturaleza del ser humano.

El matrimonio entre hombre y mujer es el modelo originario de unión, el núcleo esencial de la célula básica en la que se funda toda sociedad: la familia. Lo ha sido así desde que el hombre y la mujer son hombre y mujer. Incluso el Derecho Romano, el más avanzado de los Derechos de la antigüedad, lo definía como la unión de un hombre y una mujer que implica una comunidad de existencia. La razón nos permite identificar su importante contribución al bien común: la sociedad debe su supervivencia a la familia, fundada sobre el matrimonio. Los creyentes, además, consideramos que Dios creó al ser humano, como hombre y como mujer, a su imagen y semejanza, e instituyó el matrimonio como consorcio de vida y amor.

Nada justifica que se obvie la propia naturaleza del ser humano y se produzca una equiparación total entre este tipo de uniones y el matrimonio entre hombre y mujer. Ello supone redefinir el concepto de matrimonio y, en consecuencia, devaluar el prototipo en beneficio de la imitación. Tratar igual lo que es diferente sí es verdaderamente discriminatorio.

Grupo AREÓPAGO

PERSONAS, NO NOTICIAS

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El terrible accidente aéreo acontecido en los últimos días, en el que han muerto ciento cincuenta personas, ha puesto de manifiesto lo bueno y lo malo de lo que es capaz el ser humano: junto a muestras sinceras de solidaridad y cercanía a los familiares de los fallecidos, ha habido afirmaciones deplorables –principalmente vertidas a través de las redes sociales– alegrándose de lo sucedido dada la procedencia del avión o criticando duramente la decisión de una cadena de televisión de suspender la programación ordinaria para informar del accidente. Es la prueba evidente de lo poco que interesan las personas y de lo difícil que nos resulta salir de nuestro pequeño mundo de egoísmos.

Los medios de comunicación no son inmunes a esta despersonalización de los acontecimientos. Si bien tienen como obligación informar verazmente(más aún ante hechos que, como éste, suscitan el interés general), han de hacerlo teniendo muy presentes todos los intereses en juego y no solo el puramente informativo. El más importantees el que se refiere a los familiares de las víctimas del accidente. Nada puede estar por encima del mismo.

Cámaras persiguiendo a algunos de ellos por el aeropuerto de Barcelona, informaciones sobre la causa del siniestro que llegan antes a todas las televisiones del mundoque a las propias familias o imágenes de los fallecidos reiteradamente difundidas por los medios de comunicación, acompañadas de música melancólica, ponen de manifiesto que importa más la noticia que las personas directamente afectadas por ella. Son una clara muestra de la despersonalización de nuestra sociedad.

El mejor servicio que podemos hacer a quienes están sufriendo por este accidente es el de la oración por los fallecidos, junto con la expresión del deseo de que las autoridades competentes atiendan debidamente a las familias, determinen con rapidez y diligencia lo sucedido y pongan los medios necesarios para evitar que se vuelva a repetir.

 Grupo Areópago