Importa Andrea, no la eutanasia

El caso de Andrea, la niña de 12 años ingresada en el Hospital Universitario de Santiago afectada por una larga enfermedad degenerativa, ha reabierto de nuevo un oportunista debate sobre la eutanasia. La madre de la niña indicaba en los medios que “no estamos pidiendo la eutanasia, sino que le retiren el soporte vital que la alimenta artificialmente y que la seden para que se vaya poco a poco, tranquilamente”. La petición de los padres, no aceptada por los pediatras que la tratan, es la retirada de la alimentación de su hija bajo sedación para que así acabe su vida.

Es imposible valorar éticamente este caso sin conocer exactamente el diagnóstico, terapia y pronóstico de Andrea. Ahora bien, desde el punto de vista ético podemos decir que hay dos límites en el cuidado al enfermo: la obstinación terapéutica y la eutanasia. Ambas acciones son inmorales y contrarias a la dignidad de quien las sufre, las instaura o las solicita. La cuestión en este caso se coloca en si la alimentación e hidratación artificiales instauradas en Andrea se configuran como ensañamiento terapéutico y por tanto deben ser retiradas por desproporcionadas, extraordinarias o fútiles, o si, por el contrario, siendo medios proporcionados que cumplen su propia finalidad sin añadir males desproporcionados, su retirada provocaría la muerte por inanición y deshidratación y, por tanto, estaríamos delante de un homicidio compasivo, o eutanasia.

¿Quién puede resolver éticamente el problema? Ciertamente que un juez no tiene potestad ética para dictaminar sobre la vida o la muerte, la dignidad o no de una persona. Basta recordar el caso de Eluana Englaro en Italia, entre otros tristemente conocidos, para justificar lo afirmado. Entonces, ¿qué? Si la medicina no puede curar, sí puede cuidar, más aún puede incluso mimar y esto es lo que demanda la dignidad de Andrea. La medicina sin causar daño, dolor o malestar dispone de abundantes medios para cuidar con mimo a los enfermos sin atrasar irracionalmente su muerte, ni adelantarla injustamente. ¿No pedirán esto los padres de Andrea para su hija?

Grupo AREÓPAGO

Cuando hacer trampas no sale rentable

COCHETras ser destapado el fraude de Volkswagen en la emisión de gases contaminantes por algunos de sus motores, se encuentra en el mayor escándalo empresarial de los últimos años, y advierten, que en el mayor escándalo de la industria del automóvil de todos los tiempos. De momento hemos visto su caída vertiginosa en la bolsa tras saltar la noticia, la dimisión de su presidente Martin Winterkorn, el anuncio de multas millonarias todavía por cuantificar  y el compromiso por parte de la empresa de ajustar los motores de los vehículos vendidos fraudulentamente, también con un coste por cuantificar. Además, a todas estas consecuencias se encuentra la que quizás sea la más grave y la más costosa de reparar: la degradación de su imagen de marca. Imagen que también está repercutiendo en la industria alemana, siempre definida por la calidad y la eficacia, y que ha hecho que el gobierno de este país haya exigido a la empresa la inmediata gestión de la crisis.

El caso Volkswagen es un ejemplo de división entre ética y actividad empresarial  y cómo la partición de estos dos factores puede resultar muy caro. En estos momentos son muchos los consumidores, organismos, gobiernos e inversores que se sienten engañados y defraudados por la compañía. Tanto es así, que todavía resulta difícil predecir hasta dónde pueden llegar las consecuencias.

En la actividad económica, la posibilidad de conseguir objetivos por la vía rápida está siempre presente y es muy tentadora. Pero a la larga, los resultados pueden ser fatales. Ya hemos visto el desprestigio que han sufrido otros sectores en nuestro país, como es el caso de la banca, por hacer uso de una mala conducta.

Cuando el objetivo lícito del beneficio que ha de buscar cada empresa, se lleva más allá de la moral y las leyes, se entra en acciones ilícitas. Cuando el olvido de la leal competencia, el buen servicio al consumidor, la calidad del producto, la superación, el respeto de la legislación, deja paso al fraude, el engaño, la mentira y la acción delictiva, se pisa un terreno, que aunque parezca lo contrario, pone en riesgo la rentabilidad de la empresa.

Una vez más nos encontramos ante la prueba de que hacer trampas puede no ser rentable. Sin embargo, la ética en sí es un bien, un valor más a añadir a una marca y/o empresa y una apuesta por la rentabilidad. Hagamos nuestro el camino largo y laborioso de hacer las cosas en orden, teniendo en cuenta el bien común y la dignidad de las personas.

Grupo AREÓPAGO