El estado devorando a sus hijos

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En los próximos días se constituirán las nuevas Cortes Generales, resultado de las elecciones del pasado 20 de diciembre. Todos los grandes partidos en ellas representados son partidarios, aunque con algún matiz, de la actual ley del aborto de 2010. El Tribunal Constitucional aún no se ha manifestado sobre el recurso que los populares presentaron contra la ley socialista. Parece evidente que, salvo milagrosa e impensable sentencia del Constitucional a favor del no nacido, el próximo gobierno, sea del color que sea, mantendrá la política de mirar para otro lado ante los impunes atentados contra la vida de los inocentes no nacidos. Esto no es inocuo. La defensa política y legal del aborto, lejos de ser un avance progresista, mina los fundamentos mismos del Estado y pone en peligro la paz social. ¿Por qué?

El respeto del derecho a la vida en cualquiera de sus fases es la condición que verdaderamente distingue un Estado constitucional democrático de un Estado que no lo es. En un Estado democrático y constitucional la vida ha de ser tutelada, ya que, si no lo fuese, a la larga el Estado no podría cumplir su función de promoción y garantía de la convivencia y paz social. En efecto, es sabido que en el pensamiento moderno se ha buscado una respuesta al problema del fundamento racional del poder soberano del Estado. La dada por Hobbes sostiene que el Estado moderno nace cuando los particulares, para evitar ser «lobos» los unos contra los otros, renuncian al uso de la fuerza para defender su vida y entregan su custodia al Estado, de modo tal que la seguridad de los particulares es enteramente garantizada por aquél a partir de ese momento. Pero si el Estado a quien compete garantizar los derechos fundamentales atenta con sus leyes contra el derecho fundamental a la vida, está minando con ello las bases mismas de su razón de ser. Y, así, se convierte en un Saturno que devora a sus hijos.

Grupo Areópago

 

¿Solidaridad o emotividad?

Jesús Rubio-Solidaridad

Hay reacciones colectivas ilegítimas cuya desproporción ética pasa desapercibida porque el ambiente social se ha degradado moralmente. Y no hay mayor degradación moral que aquella en la que dejamos de sentir empatía por otros seres humanos, cuando sentimos como ajena la situación de otra persona. Esto solo es posible si nuestra condición humana es anestesiada. Nuestra sociedad está pues anestesiada cuando deja de tratar como noticiable la mayor de las tragedias evitables de la humanidad: la muerte de hambre de millones de personas cada año. Y si volvemos la mirada a nuestro país, nuestra sociedad está anestesiada cuando ante una crisis económica se anteponen los derechos y privilegios de los que trabajan dejando a un lado la suerte de los que están en paro.

De nuevo la raíz del problema está en que no ponemos el centro de atención en el otro, sino en el propio interés: el yo por encima del tú; mis derechos por encima de mis deberes. Esto explica por qué surgen reacciones de “solidaridad” hacia animales que despiertan la emotividad: hace algo más de un año el perro Excálibur o hace semanas el león Cecil. Y es que el emotivismo pone su centro en el yo, mientras que la solidaridad, si es digna de este nombre, lo pone en el tú.

Por esto mismo buena parte de la sociedad española ha perdido el sentido auténtico de la solidaridad: se ha obsesionado neuróticamente sobre derechos que más parecen privilegios caprichosos que condiciones de dignidad. Algo parecido sucede también  con el problema del aborto: la mirada de una madre que es capaz de percibir con estupor agradecido el misterio de la vida queda truncada cuando hace una contorsión para centrarse en sus propias necesidades. Una vez más es necesaria la anestesia para no mirar al niño que se pretende eliminar; y por eso se tiene pánico para mostrar a la madre la ecografía, no digamos para explicarla cómo va a morir ese niño. Pese a todo, la desesperación de una madre nunca podrá justificar el asesinato de un niño.

Este trance no es posible sin anestesia… La misma que utilizará un ciudadano acomodado ––aunque se considere provida, de derechas o de izquierdas– para desentenderse de los problemas de los que no tienen trabajo o pasan necesidad.

Grupo AREÓPAGO